El venezolano Daniel Dhers vivirá de primera mano el debut del BMX freestyle en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020
Regalarle una bicicleta al pequeño Daniel, de cuatro años, fue una mala idea. No le gustaba. Era aparentemente el típico regalo con el que no se acierta.
Sin embargo, el pequeño Daniel ahora tiene 35 años y no sabe vivir sin esas dos ruedas que tanto detestaba. Y precisamente sobre ellas ha ido rodando en su vida hasta tocar el cielo del Olimpo. El venezolano Daniel Dehrs será uno de los atletas que protagonicen el estreno del BMX freestyle en el programa Olímpico en Tokio 2020.
Recién cuando tengo 12 años mis amigos por la cuadra comenzaron a montar bici y yo me quedaba solo, así que desempolvé la bicicleta, me escondí para que no vieran aprender, y aprendí.
Antes de llegar a Tokio, su viaje sobre dos ruedas primero le llevó a esa fina línea que separa el odio del amor.
“Uno de mis padrinos me regaló una bici cuando tenía cuatro años y no me gustó para nada. Me acuerdo de que tenía las rueditas de apoyo, rodaba por la calle, me caía, y yo le decía a mi madre que no quería eso. Y ya nunca más vi la bicicleta. Recién cuando tengo 12 años mis amigos por la cuadra comenzaron a montar bici y yo me quedaba solo, así que desempolvé la bicicleta, me escondí para que no vieran aprender, y aprendí”, recuerda Dhers para Tokyo2020.org.
“Lo complicado después es que yo no quería ir al colegio. Solo quería montar en bicicleta. Y ahí teníamos nuestras guerras. Una vez mi mamá me encadenó la bicicleta debajo de un carro para que no montara. Pero ellos siempre me apoyaron, siempre creyeron en mí”.
Aunque este primer y segundo contacto fue en Venezuela, poco después Dhers se mudó junto a su familia a Argentina, con 16 años. Con 21 ya comenzó a viajar a Estados Unidos para encauzar su carrera profesional en el BMX freestyle.
Aunque a muchos pueda sorprender la elección de este deporte por sus riesgos, el progreso en estos años él lo simplifica: “Cuando ves el producto terminado, parece que estamos todos locos de la cabeza y te preguntas por qué hacemos eso. Pero uno empieza muy normal: primero simplemente rodando, luego consigues un obstáculo chiquito, luego otro un poquito más alto… Y así vas progresando poco a poco hasta que un día estás dando vueltas en el aire”.
Aunque sus padres le apoyaron desde el primer momento, Dhers reconoce que siempre han tenido miedo de las lesiones que pudiera sufrir, “pero al final del día en cualquier deporte te vas a lastimar”, explica.
Él ha perdido la cuenta de todas las que ha sufrido en su carrera, aunque hay una que definió todas las pedaladas posteriores.
“En el 2003 me fracturé los huesos lumbares, dedos, costillas… Incluso escupí sangre tras la caída y quedé inconsciente. Me caí de una plataforma, fue un medio accidente tonto, no fue ni siquiera que estuviera reinventando la rueda”, cuenta.
“Eso fue justo antes de los X Games de Brasil, que iban a ser mi debut. Fue un momento de mucha desilusión. Estaba en tanto dolor que pensé en retirarme. Me acuerdo que cuando nos estábamos yendo del hotel de Río de Janeiro bajó el editor de una revista y un corredor profesional y los dos me dijeron que lo estaba haciendo bien y que nos veíamos el año que viene. Esas fueron las palabras de motivación que me dieron el impulso hasta el día de hoy. Llegué a la casa para ponerme mejor porque sabía que los iba a ver el año que viene y no los quería defraudar”.
Y entonces continuó, aunque reconoce que “las lesiones son los momentos más duros”.
“Esta lesión fue la más grave emocionalmente para mí. Yo tenía 16 años y era difícil entenderlo a esa edad. Pensé que era el fin del mundo. Por eso creo que ha sido la peor, no solo por lo físico”, subraya.
Hay algo, también muy simple, que le hace salir fortalecido de cada caída: “Que me gusta montar bici”.
Pero no solo montarla, sino volar con ella. Y esto es lo que le ha enganchado y le ha hecho volver a levantarse una y otra vez.
“Cada vez que haces algo nuevo te va dando esa sensación de adrenalina y creo que por eso sigues, porque continúas buscando esa sensación. Cuando empiezas a competir, los nervios se juntan con la adrenalina y es una locura. Siempre tienes algún dolor cuando llegas a la competencia, pero cuando comienzas a competir, se te quita todo”.
“A veces sientes un vacío en el estómago, a veces simplemente disfrutas de estar en el aire… En el aire a veces te puedes distraer mirando a los lados, como si estuvieras en el aire volando, como un pájaro. Creo que el ser humano no existe para despegarse del piso, y nosotros en cambio buscamos la forma de hacerlo”, explica.
Él es uno de esos pioneros que han conseguido volar más alto que nadie. En su carrera ha conseguido una medalla de oro en los Panamericanos -el año pasado fue la primera vez que se introdujo la disciplina al programa-, y cinco en los X Games, a las que suma también un bronce.
En resumen: lo ha ganado todo.
Pero al ser un deporte relativamente nuevo -en comparación evidentemente con otros como el ciclismo en ruta-, ser uno de los mejores no siempre es fácil. Desde arriba no se tienen referencias.
“Lo más complicado cuando estás en la élite es aprender cosas que no existan. Necesitas usar la imaginación para seguir creando cosas. Yo hace años inventé un truco que no existía, fue medio por suerte, medio por imaginación”.
“Como no existe, no tienes de dónde copiarlo. Tienes que ser hábil mentalmente para crearlo”.
Porque Dhers ha hecho de todo: inventarse trucos, volar, ganarlo todo.
Menos una cosa. “Quiero formar parte de esos Juegos Olímpicos porque es prácticamente lo único que me queda por competir en mi carrera”, dice.
“Yo vengo compitiendo como profesional 15 ó 16 años, he competido prácticamente en todos los eventos alrededor del mundo y yo no pensé que las Olimpiadas iban a estar dentro de mi carrera profesional. Pero, cuando dijeron que entraban en el programa en 2020, supe que era una oportunidad única en la vida. Yo estaba en un año que no sabía si quería seguir compitiendo y, cuando lo anunciaron, me dije ‘Aquí tenemos gasolina en el tanque, así que vamos a intentarlo'”.
De hecho, ha encontrado en ellos el aliciente que necesitaba para seguir abriendo sus alas sobre la bicicleta.
“El hecho de clasificar creo que ya es un logro, pero obviamente yo quiero intentar ir y llevarme una medalla. Eso sería la cereza encima del pastel. Así que estoy emocionado, y me gusta estar emocionado sobre un evento porque, después de tantos años, se vuelve más una rutina que una emoción. Tener la oportunidad de ir a los Juegos Olímpicos me ha despertado esa emoción otra vez, así que estoy esperándolos con ansia”.
Los aficionados a los Juegos también esperan esta disciplina con ansia.
“Esta disciplina les da a los Juegos un nuevo aire. Le daremos un toque cool a las Olimpiadas, y también lo harán el surf, el skate… Somos deportes jóvenes y tenemos esa rebeldía juvenil”.
También los Juegos Olímpicos le ofrecen algo al BMX freestyle.
“Me dio mucha alegría por el significado que tienen las Olimpiadas. Nuestro deporte ha crecido mucho en los últimos 20 años y creo que ahora ha llegado a ese punto de demostrar que es un deporte más sabio, más profesional. Al principio era considerado vandalismo. Tener el nombre de los Juegos Olímpicos junto a nuestro deporte justifica que este deporte ha crecido”, opina Dhers.
Su deporte ha crecido y se ha elevado agarrado a sus ruedas.
Porque él es uno de los deportistas que lo ha llevado a lo más alto.
Él, aquel niño a quien no le gustaban las bicis. Él que está acostumbrado a las caídas. Pero sobre todo, que está acostumbrado a levantarse y volar de nuevo.
“El problema no es caerse, ni necesitar quedar un ratito acostado. Lo importante es saber que en algún momento tienes que levantar. Y desafiar a la gravedad otra vez”.
El araguaney es un árbol emblemático de Venezuela y es conocido por su hermosa floración amarilla que cubre sus ramas. Su nombre científico es Tabebuia chrysantha y pertenece a la familia Bignoniaceae. El araguaney es considerado el árbol nacional de Venezuela debido a su belleza y prominencia en el paisaje venezolano. El Día del Araguaney se celebra el 29 de mayo de cada año en Venezuela. Esta fecha fue establecida en honor al araguaney como un símbolo de la belleza natural del país. El araguaney se encuentra principalmente en la región central de Venezuela, pero también se puede encontrar en otras áreas del país. La elección del araguaney como árbol nacional y la celebración de su día se basa en su importancia cultural y estética para los venezolanos. La floración del araguaney marca el inicio de la temporada de lluvias en Venezuela y se considera un signo de renacimiento y esperanza. La exuberante floración amarilla del araguaney se ha convertido en un símbolo de la identidad nacional y se representa en el arte, la literatura y la música venezolana. El Día del Araguaney se celebra con actividades y eventos que destacan la belleza del árbol y promueven la conservación de la flora y fauna venezolana. Es una ocasión para resaltar la importancia de proteger y preservar el patrimonio natural del país.
En un pequeño pueblo llamado Güigüe, al sur del Lago de Valencia en Venezuela, se encuentra un antiguo reloj que cautiva la atención de propios y extraños. Este fascinante artefacto, creado por hábiles artesanos españoles en el siglo XIX, va más allá de la simple medición del tiempo. Además de ser un reloj, alberga un termómetro, un barómetro y una elegante veleta en su parte superior. El reloj, conocido como “El Reloj de Güigüe”, ostenta dos placas que revelan parte de su historia. Una de ellas lleva grabado el nombre “Hacienda El Trompillo, General J.V. Gómez”, mientras que la otra muestra con orgullo los datos “El Trompillo, altura sobre el nivel del mar 472 metros, distancia a Maracay 58 Kms”. Estas inscripciones revelan sus vínculos con figuras prominentes del pasado. En aquel entonces, el ilustre presidente venezolano, Antonio Guzmán Blanco, trajo consigo este reloj hasta el pueblo para llevar un control preciso de las jornadas laborales de sus trabajadores en las extensas tierras que atendían. Sin embargo, la historia adquiere un giro sorprendente cuando el reloj cambia de dueño y pasa a manos del dictador que gobernaba Venezuela, el General Juan Vicente Gómez. Se cuenta que, poco antes de su muerte, consciente de que sus posesiones iban a pasar a otras manos, maldijo el reloj. Según los cuentos que se transmiten de generación en generación en el pueblo, el reloj se detuvo exactamente en el momento de su fallecimiento. Después de aquel suceso, el reloj fue trasladado al pueblo en un estado de deterioro total, ya que anteriormente se encontraba en el patio central de la Hacienda El Trompillo. Actualmente, reposa en la plaza Ávila de Guigue, junto a la imponente iglesia local. Aunque fue reparado en su momento para marcar las horas parroquiales del pueblo, el destino parece jugarle malas pasadas. Se dice que cada vez que el reloj es reparado, una serie de acontecimientos trágicos se desencadenan. Un operario italiano, encargado de su mantenimiento, logró ponerlo en funcionamiento nuevamente, pero pagó un alto precio por ello, pues el día de su regreso a su tierra natal, encontró la muerte de manera súbita. La leyenda cobra aún más fuerza cuando Andrés Mijares, gran amigo del italiano, decide honrar su memoria reparando el reloj. Con valentía y determinación, logra que el mecanismo vuelva a funcionar, pero solo por un día. Al día siguiente, el reloj se detiene nuevamente, marcando la hora exacta de la muerte de Mijares. A partir de ese momento, nadie se atrevió a tocar el reloj por temor a la supuesta maldición que lo rodea. Después de muchos años un relojero se ofreció para arreglarlo y después de un poco de dificultad logro ponerlo en marcha por unas semanas antes de detenerse abruptamente, a la misma hora en que este relojero perdió a vida en una ciudad cercana. Desde entonces se corrió la Leyenda en toda la región central de Venezuela, de que aquel que repara “El Reloj de Güigüe”, que prepare el testamento porque le quedan pocas horas de vida. Fuente de la Información: Steemit