El 22 de marzo de 1895, los hermanos Lumière proyectaron los 46 segundos más importantes de la historia del cine. Nacía un nuevo género de comunicación y de arte que apasionaría a los espectadores y que, a lo largo de los años, ha servido para educar, manipular, recordar.
ólo son 46 segundos, pero han sido los 46 segundos que más profundamente han marcado la historia del cine, dando origen a lo que hoy conocemos como séptimo arte.
Auguste Marie y Louis Jean Lumiére nacieron en Besançon en 1862 y 1864 respectivamente, pero crecieron en Lyon, donde trabajaron en el taller fotográfico de su padre, que inculcó en sus hijos el gusto por la fotografía.
Los hermanos, científicos autodidactas, pronto empezaron a dominar diferentes técnicas fotográficas.
En 1881 elaboraron varias fórmulas y Louis desarrolló una placa seca que comercializó con gran éxito bajo el nombre de “etiqueta azul”.
Aunque recibieron numerosas ofertas para comprar sus procedimientos, los hermanos las rechazaron, y con la ayuda financiera de varios amigos de la familia se lanzaron a la aventura creando una empresa con una decena de trabajadores.
Durante una noche de insomnio, Louis acabó descubriendo la solución para hacer pasar el fotograma a través del objetivo. El 13 de febrero de 1895, los hermanos patentaron su nuevo invento con el nombre de cinematógrafo, un aparato que era a la vez cámara y proyector.
Louis y Auguste acabarían tomando en el futuro direcciones distintas, pero el camino hacia el séptimo arte ya estaba abierto y era imparable.
Hace 120 años, la gente buscaba lo mismo que buscamos hoy: estar juntos en una sala, a oscuras, compartiendo emociones ante una gran pantalla”, dice Thierry Frémaux, director del Instituto Lumière de Lyon.
Y, efectivamente, eso es lo que lograron los hermanos Lumière, no sólo con su primera película, sino con otras muchas que siguieron como El mar, La demolición de un muro o El regador regado.
Así pues, que se apaguen las luces y que la cámara nos lleve allí donde la imaginación sea capaz de llegar.
El 17 de noviembre conmemora el Día Internacional del Síndrome de Smith Magenis, un hito que destaca la relevancia de esta condición genética descubierta en los años 80 por Ana Smith y Ellen Magenis, una pionera en genética molecular. Este síndrome, vinculado a una deficiencia en el cromosoma 17, afecta aproximadamente a 1 persona de cada 15.000/25.000 nacimientos, manifestándose con una variedad de síntomas físicos y conductuales, acompañados de un retraso mental de gravedad variable y anomalías congénitas. Las asociaciones dedicadas al Síndrome de Smith Magenis organizan eventos con el objetivo claro de sensibilizar tanto a la población en general como a los profesionales de la salud. Entre las metas fundamentales de estas iniciativas se encuentran: Impulsar la Detección Precoz: Fomentar la identificación temprana de la enfermedad, garantizando un abordaje más efectivo desde sus primeras etapas. Atender las Necesidades de los Afectados: Buscar soluciones integrales que aborden las necesidades terapéuticas, educativas y asistenciales de quienes conviven con este síndrome, así como proporcionar un sólido apoyo a sus familias. Promover la Investigación: Lanzar un llamamiento apasionado a la investigación, destacando la importancia de explorar y comprender más a fondo esta patología para mejorar la calidad de vida de quienes la padecen. Generar Conciencia Pública: Ampliar el conocimiento general sobre el Síndrome de Smith Magenis es esencial. Con campañas educativas, se busca sensibilizar a la población acerca de la existencia de esta condición y fomentar la empatía y la comprensión.
El Día de los Muertos es una festividad tradicional mexicana que tiene raíces profundas en la cultura indígena precolombina de México, especialmente entre los pueblos aztecas, mayas, purepechas y totonacas. Esta celebración se lleva a cabo el 1 y 2 de noviembre, coincidiendo con el Día de Todos los Santos y el Día de los Muertos en el calendario católico, lo que es una muestra de la fusión de las tradiciones indígenas y europeas después de la conquista española en el siglo XVI. Las razones por las cuales se celebra el Día de los Muertos en México son variadas: Conexión con las creencias indígenas: Los pueblos indígenas de México tenían una profunda conexión con la muerte y creían que la vida después de la muerte era una parte natural del ciclo de la vida. Celebraban a sus muertos a través de rituales y ofrendas mucho antes de la llegada de los españoles. Sincretismo religioso: Después de la conquista española, la religión católica se combinó con las creencias indígenas para dar lugar a esta festividad. Los colonizadores españoles intentaron reemplazar las creencias indígenas con las suyas, pero en lugar de erradicar las tradiciones preexistentes, se incorporaron elementos católicos en la celebración de los muertos. Homenaje a los seres queridos fallecidos: El Día de los Muertos es una forma de honrar y recordar a los seres queridos que han fallecido. Las familias crean altares o ofrendas que incluyen fotos, velas, flores, alimentos y objetos personales de los difuntos para recibir sus espíritus y celebrar su memoria. Celebración de la vida: Aunque pueda parecer paradójico, el Día de los Muertos no es una festividad triste, sino más bien una celebración de la vida. Se cree que durante estos días, los difuntos regresan a visitar a sus seres queridos, y se les recibe con música, baile y comida. Conservación de la identidad cultural: El Día de los Muertos es una de las festividades más importantes en la cultura mexicana, y su celebración contribuye a la preservación de las tradiciones y la identidad cultural del país. En resumen, el Día de los Muertos en México es una festividad arraigada en las creencias indígenas, el sincretismo religioso y la conexión con los seres queridos fallecidos. Es una celebración única que combina elementos de alegría, respeto y espiritualidad, y juega un papel importante en la cultura mexicana.